Pastel de Choclo chileno: técnicas clásicas explicadas

35 minuto leído Domina el pastel de choclo con técnicas clásicas: capas de pino, puré de maíz dulce, recipientes adecuados y una corteza dorada para una perfección dulce-salada equilibrada. octubre 05, 2025 03:07 Pastel de Choclo chileno: técnicas clásicas explicadas

La primera vez que aprendí a escuchar a una olla fue en la cocina de mi abuela en Curicó, cuando el maíz estaba alto y la albahaca olía a último abrazo del verano. La paila de greda—gruesa, ennegrecida por los años—se hallaba sobre la mesa de madera, irradiando el sutil aroma mineral de la arcilla. El maíz recién molido burbujeaba en un suspiro fino, un sonido susurrante que le decía a ella que el almidón se hinchaba y que los azúcares habían despertado. Ella sumergió una cuchara de madera en la pastelera, levantó una cinta que caía en pliegues perezosos, y asintió. «Ahora», dijo. Ahora. La puerta del horno se abrió como un horno de alfarero, y al calor entró capa tras capa de Chile.

Pastel de choclo en la imaginación chilena

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Hay platos que se comen y hay platos que capturan la mirada. Pastel de choclo, el pastel de maíz chileno, como suele traducirse, aunque eso le queda corto, pertenece a este último. Es un mosaico por capas, generoso: un pino sabroso de cebollas y carne de res sazonada con ají de color y comino; tesoros escondidos de aceitunas negras (a menudo de Azapa), pasas dulces, pollo tierno y cuñas de huevo duro; y, por último, una capa dorada de pastelera de choclo cremosa, humedecida con leche y perfumada con albahaca. Una nevada de azúcar se transforma en laca bajo el calor, formando la famosa corteza: esa especie de quiebre crujiente y caramelizado que cruje al descender.

Históricamente, el pastel de choclo se ubica en la bisagra de dos mundos culinarios: las ideas coloniales españolas de pastelones—cazuelas en capas y terminadas en el horno—y la agricultura indígena que valoraba el choclo, el maíz fresco de campo, mucho antes de que se secara y se convirtiera en grano. En el Valle Central, donde el verano puede sentirse como un tazón de sol y polvo, el maíz madura de una manera particular: más harinoso y menos dulce que las variedades modernas de supermercado, perfecto para moler hasta obtener un puré espeso y rico. El plato es un sustento de invierno vestido con el sabor del verano, o la abundancia del verano conservada a través de una técnica que brinda consuelo cuando las noches refrescan.

Encontrarás pastel de choclo en las comidas familiares dominicales, en fondas rurales durante las Fiestas Patrias, y en menús de restaurantes que se inclinan hacia la memoria culinaria de Chile. En Pomaire, el pueblo de barro al oeste de Santiago donde las pailas aún se modelan a mano, el plato llega en su loza oscura, los bordes ampollados, como si hubieran sido besados por el sol. En los locales de antaño de Santiago —lugares como Galindo en Bellavista o Doña Tina en Lo Barnechea—, la parte superior del pastel asoma brillada y segura, una promesa de dulzura, humo y salado debajo.

Anatomía de un Pastel de Choclo clásico

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Piensa en el pastel de choclo como un acto de equilibrio entre cuatro pilares:

  1. La Pastelera de Choclo: No es una masa o un pudín, sino un puré de maíz cocido hasta espesar y poder manejarlo con una cuchara. Es el alma—dulce, herbáceo y mantecoso, con albahaca aportando un perfume verde y picante. Los cocineros tradicionales muelen el maíz en un molino o lo rallan; las cocinas modernas lo procesan en una procesadora de alimentos, cuidando de no licuarlo en exceso.

  2. El Pino: Una base sabrosa de cebollas que se sudan hasta quedar de color dorado pálido y dulce, luego se mezcla con carne de res picada o molida, sazonada con ají de color (pimentón dulce), comino, orégano, sal y, a veces, una pizca de merkén (la mezcla de chiles ahumados mapuche) para calidez. El pino debe estar jugoso pero no mojado; debe brillar en la cuchara sin gotear.

  3. La capa de 'tesoro': Aquí es donde vive la nostalgia. Un trozo de pollo asado o sellado en sartén; unas aceitunas negras; un puñado de pasas que se hinchan en pequeños estallidos de melaza; y cuñas de huevo duro. Estos elementos marcan cada bocado con nostalgia y contraste.

  4. La corteza: Una capa delgada y uniforme de azúcar granulada que, bajo alta temperatura, se carameliza hasta convertirse en una tapa quebradiza. Esta contrasta con el cremoso maíz y el sabroso pino, el apretón característico dulce-salado de Chile.

Obtención de ingredientes y referencias sensoriales

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  • Maíz (Choclo): En Chile, las variedades choclero ofrecen el equilibrio ideal entre almidón y azúcar. Los granos son anchos, marfil a amarillo pálido, y la 'leche' liberada al raspar el grano es ligeramente opaca. Fuera de Chile, el maíz 'supersweet' de los supermercados es demasiado azucarado y aguado. Busca 'choclo desgranado' en mercados latinos, choclo peruano, o usa una mezcla de maíz congelado con un toque de harina de maíz fina para darle cuerpo. Tu referencia: cuando esté puré y cocido, debe ser cremoso con un grano sutil que se disuelva en la lengua.

  • Albahaca: El aromático que hace cantar a la pastelera. La albahaca fresca—verde, no morada, aunque cualquiera sirve—debería oler a pimienta con un toque de clavo. Aplástala suavemente antes de mezclar para maximizar el aroma.

  • Cebollas: Blancas o amarillas. Córtalas finas. Cocinadas para el pino, deben volverse translúcidas, luego doradas en los bordes, suaves para ceder sin resistencia. Su dulzura sostiene el plato.

  • Carne: Tradicionalmente, la carne de res picada a mano da el mejor pino: piezas pequeñas e irregulares de unos 5–7 mm que conservan la textura. Si se muele, elige carne molida gruesa (aprox. 15–20% de grasa) para mantenerla jugosa.

  • Pollo: Un muslo con hueso o una porción de muslo cocida hasta hacerse, piel dorada. Algunas familias guisan el pollo en la grasa del pino; otras lo asan por separado con sal y pimentón. En cualquier caso debe saber a domingo por la tarde.

  • Pasas y aceitunas: Usa pasas sin semillas (doradas o oscuras). Para las aceitunas, las aceitunas negras Azapa aportan sabor profundo y un mordisco suave y carnoso. Deshuesalas para evitar sorpresas desagradables.

  • Condimentos: Ají de color (pimentón dulce), comino molido, orégano seco frotado entre las palmas para activar sus aceites, sal y pimienta negra. Merkén (chile cacho de cabra ahumado con cilantro y sal) es opcional pero magnífico.

  • Espesantes: Los cocineros clásicos fijan la pastelera con tiempo y calor. Algunas regiones añaden una cucharada de chuchoca (maíz tostado molido) o harina de maíz fina para asegurar la textura. Evita la harina de trigo o la maicena a menos que sea absolutamente necesario; ellas atenuarán la voz del maíz.

  • Lácteos: Leche entera o leche evaporada aportan brillo. La mantequilla eleva la base sensorial con riqueza láctea. Ninguno debe dominar; el maíz debe permanecer al frente.

Paso a paso: Construyendo un Pino Adecuado

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Un pino bien hecho se trata de paciencia y secuencia.

  1. Sudar las cebollas: Calienta aceite neutro o grasa de res en una olla pesada a fuego medio. Agrega cebollas finamente rebanadas o picadas con una generosa pizca de sal. Remueve de vez en cuando durante 12–15 minutos hasta que estén translúcidas y tiernas, luego continúa 5–10 minutos más hasta que los bordes muestren un color rubio suave. El aroma debe pasar de agudo a dulce.

  2. Sazonar la base: Espolvorea ají de color (comienza con 1.5–2 cucharadas por kilo de cebollas), una pizca de comino molido y una cucharadita de orégano seco desmenuzado. Revuelve para despertar las especias en el aceite caliente; la paprika debe teñir las cebollas de un tono cálido, ladrillo, y oler ligeramente tostado, pero no amargo.

  3. Dorar la carne, con suavidad: Aparta las cebollas, aumenta ligeramente el fuego y añade la carne de res picada o molida en tandas. No estás sellando un filete; estás logrando que la carne se una a la dulzura de la cebolla. Dora ligeramente hasta que el borde crudo desaparezca, pero la carne siga tierna. Evita dorados oscuros y agresivos; pueden saber ásperos bajo el maíz dulce.

  4. Jugosidad, no caldo: Añade un chorrito de caldo de res o agua si hiciera falta para mantenerlo húmedo—2–3 cucharadas a la vez. El pino debe ceñirse a la cuchara, no inunde la cazuela. Prueba de sal. Añade pimienta negra. Si usas merkén, incorpora ½ cucharadita, ajustando la calidez.

  5. Enfríalo: Esto importa. Deja que el pino enfríe hasta temperatura ambiente tibia antes de ensamblar. Un pino caliente horneará y aflojará la cobertura de maíz, causando huecos y filtraciones.

Punto de verificación sensorial: una cucharada debe sentirse brillante y flexible, la cebolla suave pero presente. La carne debe saber sazonada hasta el centro. Si está demasiado dulce, añade un chorrito de vinagre para equilibrar, pero con moderación.

Paso a paso: La Pastelera de Choclo

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  1. Preparar el maíz: Desgrana las mazorcas, luego usa la parte trasera de tu cuchillo para raspar la “leche” en el tazón. Si usas maíz congelado, descongélalo y sécalo. Trabaja en tandas en una procesadora de alimentos con hojas frescas de albahaca y una porción de la leche (o leche evaporada) hasta obtener una puré gruesa—como una papilla con fragmentos diminutos de piel. El aroma debe ser brillante y verde.

  2. Cocinar despacio y lento: Derrite mantequilla en una olla amplia a fuego medio. Añade el maíz puré y su leche. Remueve constantemente mientras llega a un ligero hervor. La mezcla espesará a medida que los gránulos de almidón absorben agua y se hinchan; observa burbujeas perezosas que rezuman en lugar de estallar. Reduce el fuego a medio-bajo.

  3. Sazonar y ajustar: Agrega sal, suficiente para soportar la intensidad del pino, y una pizca de azúcar si tu maíz es muy harinoso y joven. Algunos cocineros añaden una cucharada de harina de maíz fina para apretar la textura; hazlo solo si la mezcla se siente demasiado suelta después de 10–12 minutos de cocción. La pastelera debe despegarse ligeramente de los bordes cuando rasques.

  4. Prueba de textura: Al levantar la cuchara, la pastelera debe cubrirla gruesa y caer en una cinta que permanezca en la superficie por un momento antes de derretirse; lo que los chefs llaman nappe. Si salpica o corre, continúa cocinando; si se amontona como puré, añade un chorrito de leche.

  5. Perfume final: Fuera del fuego, incorpora un puñado de hojas de albahaca rasgadas para que las notas altas se mantengan frescas. Prueba de sal de nuevo; el maíz es un lienzo que pide sal.

Montaje en paila de greda y el arte de la corteza

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La cerámica no es un fetiche; es una técnica. Una paila de greda, hecha de arcilla chilena, retiene el calor, favorece un hervor suave y—lo más importante—añade un aroma terroso y sutil que profundiza el pastel. Si no tienes una, usa un molde cerámico pesado o de hierro fundido.

Orden de montaje:

  • Fondo: un ligero enmantequillado con mantequilla derretida o aceite en la paila para evitar que se pegue.
  • Primera capa: pino tibio, alisado a un espesor uniforme. No escatimes; este es el motor salado.
  • Tesoros: Introduce las piezas de pollo (con hueso o deshuesadas), aceitunas negras deshuesadas, pasas y cuñas de huevo duro. Distribúyelos para que cada porción descubra algo.
  • Capa superior: Extiende generosamente la pastelera de choclo, sellando todos los bordes para evitar que hierva. Alisa la superficie con una cuchara húmeda para un brillo.
  • Azúcar: Espolvorea una capa delgada y uniforme de azúcar granulada por la parte superior: solo lo suficiente para cubrir, no para formar una capa. Si ves maíz en algunas zonas, estás cerca. Demasiado azúcar puede formar una corteza dura como vidrio que abruma.

Horneado y acabado:

  • Hornear a 200–220°C (390–430°F) hasta que los bordes hiervan y la superficie tome un tono dorado, aprox. 25–35 minutos, según el tamaño del molde y el temperamento del horno. La pastelera debe elevarse ligeramente.
  • Caramelizar: para una corteza profunda, cambia al grill (broil) por 1–3 minutos, observando cada segundo. Buscas microampollas y un ámbar parcheado. Una salamandra en una cocina profesional lo hace en un suspiro; en casa, la paciencia es tu salamandra.
  • Deja reposar 10–15 minutos antes de servir. El calor residual cuaja la pastelera para que la primera cucharada no se hunda.

Tarjeta de Receta: Una Paila Familiar (6–8 porciones)

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Para el pino:

  • 3 cucharadas de aceite neutro o grasa de res
  • 750 g de cebollas, finamente laminadas o picadas
  • 1.5 cucharadas de ají de color (pimentón dulce), más al gusto
  • 3/4 de cucharadita de comino molido
  • 1 cucharadita de orégano seco, desmenuzado
  • 600 g de chuck de res, picado a mano a 5–7 mm o molido grueso
  • 60–120 ml de caldo de res o agua, según sea necesario
  • 1/2 cucharadita de merkén (opcional)
  • Sal y pimienta negra

Para los tesoros:

  • 2 muslos de pollo con hueso o 2 muslos deshuesados, sazonados y dorados
  • 12–16 aceitunas negras (Azapa si es posible), deshuesadas
  • 80 g de pasas
  • 4 huevos duros, cortados en cuartos

Para la pastelera de choclo:

  • 1.8 kg de granos de maíz (fresco preferido; congelado aceptable), más la leche raspada de las mazorcas
  • 1 ramillete grande de albahaca fresca (aprox. 25–30 hojas), dividido
  • 400–500 ml de leche entera o leche evaporada, divididos
  • 3 cucharadas de mantequilla
  • Sal, al gusto
  • 1–2 cucharadas de harina de maíz fina o chuchoca (opcional, solo si es necesario)
  • 1–2 cucharaditas de azúcar (opcional, según el maíz)

Para terminar:

  • 2–3 cucharadas de azúcar granulada
  • Mantequilla o aceite para el molde

Método (destacados):

  • Preparar el pino: Sudar las cebollas en aceite con sal hasta que estén blandas y de color dorado pálido. Agregar pimentón, comino, orégano. Añadir la carne; cocinarla sin dorarla en exceso. Ajustar con caldo para obtener una mezcla brillante pero no mojada. Sazonar y enfriar.
  • Preparar el pollo: Sellar hasta dorar y cocer; sazonar ligeramente con sal y pimentón. Reservar.
  • Preparar la pastelera: Puré de maíz con la mitad de la leche y la mitad de la albahaca. Cocinar en mantequilla, removiendo hasta espesar y brillar; ajustar con leche y harina de maíz opcional. Incorporar la albahaca restante fuera del fuego. Sazonar con decisión.
  • Montaje: Capas de pino, luego pollo, aceitunas, pasas y huevo. Cubrir con la pastelera, alisar, espolvorear azúcar.
  • Hornear 25–35 minutos a 200–220°C, luego gratinar brevemente para caramelizar. Dejar reposar.

Variaciones regionales y familiares: De Azapa a Pomaire

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  • Toque del Norte (Arica y Parinacota): Las aceitunas Azapa aportan una profundidad afrutada y un mordisco aterciopelado. Algunos cocineros prefieren pasas doradas para una dulzura más delicada. El calor se introduce con ají verde picado en lugar de merkén.

  • Central Valley Clásico (Curicó, Talca, Santiago): la plantilla que la mayoría reconoce—muchas cebollas en el pino, pastelera con albahaca como protagonista, y la corteza de azúcar que puedes romper con una cuchara. Las pailas de greda de Pomaire son comunes aquí; confieren un eco mineral casi ahumado.

  • Toque Sureño (Temuco, Valdivia): el merkén aparece con más frecuencia, y algunas familias añaden trozos de cerdo o incluso embutidos curados para un sabor más profundo, aunque los puristas agitan el dedo. El maíz aquí puede cosecharse más frío, por lo que la pastelera puede volverse más harinosa; los cocineros compensan con un poco más de leche o mantequilla.

  • Refinamientos de restaurante (Santiago, Viña del Mar): podrías encontrar pollo confitado en lugar de muslos asados, pino hecho con lomo de ternera cortado a cuchillo para un toque de lujo, o el azúcar reemplazado por una capa fina de jarabe de panela que carameliza en una laca más uniforme.

Mi tía en Curicó siempre escondía exactamente dos pasas por porción, “para que los niños busquen.” Mientras tanto, en La Concepción en Valparaíso, probé una versión con un susurro de anís en la pastelera—suficiente para hacer que la albahaca resalte más. Estas no son desviaciones tanto como pinceladas distintivas.

Clínica de técnicas: resolución de problemas y ayudas

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  • Pastelera demasiado suelta: Sigue herviendo a fuego suave, removiendo para evitar que se queme. Añade 1 cucharada de harina de maíz fina y cocina 3–4 minutos más. Evita la maicena; tempera la textura para que no se vea brillante y artificial.

  • Pastelera demasiado espesa: Bate con leche tibia, en cucharadas, hasta que vuelva la textura de la nappe.

  • Pino aguado: Cocina el exceso de líquido; usa una cuchara ranurada para transferirlo a la cazuela. En la tanda siguiente, sofríe la cebolla más tiempo antes de añadir la carne.

  • Corteza que no se carameliza: Tu capa de azúcar podría ser demasiado gruesa o la superficie demasiado húmeda. Asa en la parrilla superior con la puerta entreabierta para permitir el flujo de aire; rota para color uniforme.

  • Resultado demasiado dulce: Reduce el azúcar de la corteza y aumenta ligeramente el pimentón y el comino. Un chorrito ligero de limón sobre el pino antes de cubrir puede equilibrar.

  • Mal sazonado: El maíz amortigua la sal. Prueba la pastelera en una cuchara enfriada—el calor reduce la percepción—y ajusta. No dependas únicamente del pino para la sal.

  • Romper o filtrar capas: Enfría el pino antes del montaje; mantén los bordes sellados con la pastelera; deja reposar antes de servir para que la red de almidón se asiente.

Fuera de Chile: Recreando el sabor en el extranjero

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Si no tienes acceso al maíz choclero, aún puedes alcanzar el alma chilena del plato con unos movimientos inteligentes:

  • Usa una mezcla: 75% de granos de maíz congelados + 25% de maíz cremoso en lata para darle cuerpo. Procesa brevemente; no liquefagas.
  • Agrega 1–2 cucharadas de harina de maíz fina para simular la granularidad suave del choclo y darle consistencia. Evita la masa harina (nixtamalizada); su sabor con lima se lee como tortilla mexicana, no maíz chileno.
  • La albahaca es innegociable. Si la albahaca es escasa, una mezcla de albahaca y algunas ramitas de perejil puede imitar la nota verde superior.
  • Elige aceitunas con carácter: aceitunas negras al estilo griego pueden funcionar si no hay Azapa; enjuágalas si son muy saladas.
  • Construye el pino con paciencia. Ese sudor lento de la cebolla es tu ancla. Un toque de pimentón ahumado puede aludir al merkén si no puedes conseguirlo.
  • Hornea en cerámica o hierro para imitar el comportamiento térmico de la paila. Precalienta el molde para lograr un cuajado rápido cuando llegue la pastelera.

Maridajes y rituales de servicio

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El pastel de choclo no se come solo—al menos no en espíritu. Quiere acompañantes que corten y resalten:

  • Ensalada chilena: rodajas gruesas de tomate maduro con cebolla en pluma, sal marina, un chorrito de vinagre de vino tinto y un hilo de aceite de oliva. La acidez corta la dulzura del pastel.
  • Pebre: una salsa de tomate picado, cilantro, cebolla, ají verde y vinagre. Una cucharada al lado aviva cada bocado.
  • Verdes simples: lechuga con una vinagreta fina, tal vez una pizca de mostaza. Que estén crujientes.
  • Vino: un Casablanca Sauvignon Blanc por su acidez cítrica y la nota verde; o un País/pipeño del Maule si quieres un toque rústico y con frutos rojos. Un ligero enfriamiento del tinto lo convierte en tema de mesa.
  • Postre: Mote con huesillos o melón fresco. Ya has sentido el abrazo del horno; remata con algo frío y dulce.

Los rituales de servicio importan. Llevas la paila a la mesa, todavía brillante, y todos se acercan. El primer craquelado de la corteza es teatral. Deja que todos busquen sus aceitunas y pasas; permite que la conversación se entrelace con el vapor.

La ciencia en tu cuchara

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  • Gelatinización del almidón: Los almidones de maíz comienzan a gelatinizar alrededor de 65–70°C (149–158°F). Al cocinar la pastelera, los gránulos absorben agua y se hinchan, espesando la mezcla. Remover rompe los grumos y favorece la hidratación uniforme. Si te detienes demasiado pronto, el agua libre se escapa durante el horneado; si te excedes, obtienes una pasta. Apunta a nappe.

  • Azúcar en la superficie: Esa corteza no es Maillard (que necesita aminoácidos y ocurre mejor en proteínas); es principalmente caramelización—la descomposición térmica de la sacarosa en compuestos de sabor a nuez, amargos y complejos. El azúcar granulada se funde, burbujea y se fija; una capa fina produce una corteza que se rompe como vidrio, una capa gruesa produce rigidez y posible amargor.

  • Dulzura de la cebolla: Sudar lentamente las cebollas convierte parte de la sacarosa en azúcares simples y permite que los compuestos de azufre se suavicen. Por eso el pino sabe entrelazado, no estridente.

  • Efecto de la arcilla: La arcilla calienta lentamente y irradia de forma uniforme. Su microestructura porosa absorbe mínimas cantidades de humedad en la superficie y su masa térmica suaviza las fluctuaciones del horno. Resultado: burbujeo más suave, menos quema y una pastelera mejor cuajada.

  • Tiempo de reposo: La retrogradación del almidón al enfriarse—las cadenas cortas se reacomodan—da estructura. Esos 10–15 minutos tras el horno no son lujos; son ingeniería.

Qué hacen diferente los profesionales

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  • Pino por lotes, montaje reciente: Los restaurantes hacen pino en grandes lotes y enfrían rápidamente, luego recalientan porciones con suavidad. La consistencia se vuelve más controlada y los sabores se redondean después de un día.

  • Carne cortada a cuchillo: Un truco de servicio rápido es congelar parcialmente la carne y picarla con máquina para imitar la textura de corte a mano sin perder velocidad.

  • Terminación con salamandra: Las salamandras profesionales proporcionan calor intenso desde arriba, caramelizando el azúcar en segundos sin sobrecocinar el interior. En casa, un grill con paciencia es tu versión.

  • Porciones en paila: Cazuelas de barro individuales garantizan una proporción perfecta entre corteza y relleno y convierten cada porción en una fiesta autosuficiente.

  • Capas de sabor: Algunos chefs bloom paprikas en aceite por separado para evitar amargor, luego lo incorporan al pino al final. Otros glasean el pollo con una mantequilla de pimentón antes de agregarlo a la capa de 'tesoro'.

Una historia que perdura: Moler maíz en Curicó

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Toda familia tiene un guardián de la llama. En la mía era Mamá Nena, que medía el tiempo por estaciones y platos. El año en que se rompió el molino, improvisó—nos dejó a los nietos rallando maíz a mano en el patio, donde la albahaca crecía en un rincón como una nube verde. El sol pesaba, y el ritmo de la ralladora dejó nuestras manos salpicadas de leche dulce y algunas rayas orgullosas. Nos deteníamos para oler las hojas, el aroma picante como si el jardín palpitara.

Dentro, las cebollas susurraban en la sartén, no chisporroteaban sino susurraban; más vapor que humo. Ella deslizó un trozo de pollo bajo la piel en una sartén pequeña, donde el pimentón floreció en un aceite color óxido. La casa se llenó de aromas que se superponían como música—el zumbido verde del maíz, la nota suave de la cebolla, el calor del pollo, y luego la chispa luminosa del azúcar en el horno.

Cuando salió la paila, la parte superior tenía ese patrón de leopardo, rubio y ámbar más oscuro. Ella la golpeó con el dorso de una cuchara y sonrió ante la grieta limpia, vidriosa. A cada uno le tocó una esquina con extra corteza. Debajo de la tapa, esperaba una aceituna negra, como una broma interna. El primer bocado fue el gusto de enero hecho sólido: dulce y salino, cremoso y fibroso, suave y crujiente, verano, domingo y hogar.

Pastel de choclo no es una receta, no exactamente. Es un método que captura una estación y la mantiene. Cuando lo hago ahora—a veces con maíz congelado en una ciudad lejana del Valle Central—cierro los ojos en el momento en que la cuchara deja una huella en la pastelera y escucho ese susurro suave. Luego espolvoreo el azúcar, abro el horno y dejo que el calor termine la historia.

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